"Una mujer duerme en un cuadro holandés del siblo XVIII. Es hermosa y lleva el vestio revuelto, la luz de un ramo de mimosas ilumina su rostro y, al fondo, un hombre de espaldas mira por la ventana escondiendo todos los secretos de un siglo.

Ruth Braams, una joven que trabaja en el Rijksmuseum de Ámsterdam investigando las obras de arte que saquearon los nazis, luchará por desvelar la procedencia de ese misterioso cuadro que esconde una historia apasionante y oscura, un descubrimiento inédito.

Con un ritmo vertiginoso, Adrian Mathews envuelve al lector de forma desenfadada e inquietante, mostrándole una nueva cara de la ciudad holandesa, entregándole unos personajes muy peculiares y de gran fuerza narrativa, y arrstrándolo a un caleidoscopio de investigaciones artísticas, científicas y personales donde caben a partes iguales la sonrisa, la ironía y el miedo."

Este libro salió de una limpieza en las estanterías. Ya lo había leído y no recordaba más que un par de cosas de su contenido, así que decidí releerlo antes de decidir si darle carta de libertad o no. Una vez releído, no entiendo por qué lo conservé tras la primera lectura.

Una treintañera trabaja en un museo, con el papeleo relativo a la obras de arte que las familias judías reclaman tras haberles sido expoliadas en la Segunda Guerra Mundial. Así conoce a una viejecita y se toma su caso como algo personal, pero hay una mano negra, quizá la otra persona que litiga por el mismo cuadro, que le pone las cosas muy difíciles... No sé si es que yo no entiendo el carácter holandés o qué me ha pasado, porque no he sabido a qué se debían la mitad de las reacciones de los personajes. ¿Qué persona en su sano juicio dice a los padres de su ex, muerto un par de años atrás en un accidente de moto, que en realidad no lo amó? Porque no sólo podría haber roto la relación con los padres, sino haberse ahorrado el buscarle una novia nueva ¡y hacerse su amiga, unidas por una especie de duelo extraño! Amiga que la siente como rival y estalla en el momento más inesperado, a lo que se suman policías acusadores con más bien poca base, el robo del cuadro de marras y, lo que no me explico, el hallazgo de unas cartas ¡en casa del remitente de las mismas! En ningún momento de la correspondencia se anuncia una ruptura de relaciones ni se solicita la devolución de la misma, así que no termina de cuadrarme que ésta se encuentre en casa de quien la envió y no en la del receptor.

Hay códigos secretos en el reverso del cuadro, lenguaje alquímico y por supuesto que el cuadro guarda un secreto que revolucionará la Historia del Arte, pero son tantas cosas aglutinadas que no me parecieron demasiado bien resueltas, sino que algunas se apuntan para perderse en pos de algún otro asunto.

En fin, espero que quien lo encuentre sepa apreciarlo mejor que yo.

No puedo especificar la hora porque mi idea es dar un paseo hasta el Parque de María Luisa cuando me levante el domingo 14 de febrero, pero sí puedo afirmar que lo dejaré en la Glorieta de Rodríguez Marín, cerca del Museo de Artes y Costumbres Populares.