"El autor presentaba la edición italiana de este libro, que tuvo un éxito extraordinario, con estas palabras: Ésta no es una novela. Ni siquiera es un cuento. Ésta es una historia. Empieza con un hombre que atraviesa el mundo, y acaba con un lago que permanece inmóvil, en una jornada de viento. El hombre se llama Hervé Joncour. El lago, no se sabe. Se podría decir que es una historia de amor. Pero si solamente fuera eso, no habría valido la pena contarla. En ella están entremezclados deseos, y dolores, que no tienen un nombre exacto que los designe. Esto es algo muy antiguo. Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan historias. No hay mucho más que añadir. Quizá lo mejor sea aclarar que se trata de una historia decimonónica: lo justo para que nadie se espere aviones, lavadoras o psicoanalistas. No los hay. Quizá en otra ocasión."

Éste es el segundo ejemplar de Seda que compro. El primero lo compré en las mismas condiciones que éste, con la primera entrega del coleccionable Biblioteca Anagrama, que incluía El palacio de la luna de Paul Auster: ambos son autores tan aclamados, tan vendidos y tan idolatrados que pensé que debía probar suerte con ellos. El palacio de la luna sí que me gustó, pero a pesar de todo ambos ejemplares fueron a la calle con etiquetas de BookCrossing, el destino de los libros que no quiero guardar para releer en un futuro o para pensar "Qué buen rato pasé contigo" cuando lo vea en la estantería. Lo que ocurrió fue que la estructura del libro me resultó muy repetitiva, me quedé con la impresión de que lo único que se me describía era el itinerario seguido hasta el pueblo donde Hervé Joncour compraba los huevos. Además, este tipo de prosa, tan lenta, no es apropiada para todos los estados de ánimo: supongo que en aquella época yo estaba más exaltada y no podía con este tipo de narrativa. Sin embargo, en esta segunda lectura mi situación personal y mi predisposición eran radicalmente diferentes, así que esta vez, en lugar de un truño aburrido y reiterativo, sí he conseguido verle la belleza que tanto alababan otros. De todos modos, seguirá viaje.

Loclien, un becero madrileño, está de visita en la ciudad y quedaremos para tomar algo y hacer turismo: no sé si será hoy día 15 o mañana 16, pero el caso es que esa tarde dejaré este libro en la Plaza de la Encarnación o bien bajo las setas.

Un libro que se lee rápido. Aunque parezca de ritmo lento y repetitivo, si profundizas un poco te dejarás envolver por la sensualidad y sensibilidad que pretende transmitir el autor.