Es posible que la soledad del poder no tenga mejor parábola que esta obra. Gabo escribe así la novela perfecta: vasta eternidad o prehistoria en la que el tiempo, todavía no crado, puede dilatarse a todo lo largo de la memoria y el espacio, abarcar la anchura del mundo. Es el reino de la fábula, más real sin embargo que las minuciosas descripciones naturalistas del mal. Una burla, un lento baño en las aguas primigenias donde el dictador y su universo zozobran. Lo ficticio, lo extravagante, el gesto contenido de la sonrisa o el pasmo, son los resortes que utiliza Gabo para comunicarnos la servidumbre de la ambición, el ocaso de la fuerza.